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La Gobernadora, el torturador y dos chicas asesinadas, El doble crimen de La Dársena

Nina Juárez estaba al frente de Santiago del Estero cuando los restos de Leyla y Patricia aparecieron en el monte. Intentaron encubrir los femicidios, pero la investigación reveló las prácticas secretas de una dinastía sanguinaria.

Las bombachas de Nina Juárez arrastradas por la calle mientras una pueblada arrojaba muebles por la ventana e incendiaba su residencia en 1993 fueron un prolegómeno del final. El matrimonio de Nina y Carlos Juárez, que gobernó Santiago del Estero durante medio siglo con puño de hierro, caería definitivamente en 2004 por el asesinato de dos mujeres jóvenes. Aunque en aquella época no se conocía el término, los femicidios de Leyla Nazar y Patricia Villalba fueron la causa del derrumbe.

Los restos de las chicas -el cuerpo torturado de Patricia, de 26 años y los huesos desperdigados de Leyla, de 22- fueron encontrados en un monte a veinte kilómetros de la capital, en el paraje llamado La Dársena. Estaban desaparecidas. De Leyla, se decía que había huido con un novio. Sobre el destino de Patricia, había silencio.

Lo cierto es que los hijos del poder -como los de Catamarca y otras provincias- se entretenían en fiestas donde corrían el alcohol y las drogas, y reafirmaban su supuesta virilidad protagonizando orgías adonde hacían participar a las que llamaban despectivamente «chinitas». Leyla, que estaba trabajando, tuvo la desgracia de participar en uno de esos encuentros a cambio de dinero, probablemente en un local llamado Viejo Bar. Los machos pensaron que eso les daba vía libre para matarla.

Aunque fue absuelto en el juicio, la sospecha cayó sobre Musita, el hijo de 22 años y estudiante de Medicina del entonces subsecretario provincial de Informaciones, el temible Antonio Musa Azar. Había sido hombre de inteligencia de la dictadura, curiosamente carcelero de Nina, la gobernadora justicialista derrocada por los militares, antes de que ella partiera al exilio para reunirse con su marido. Pero la señora había perdonado ese desliz de su guardián, y con su marido, lo había convertido en su mano derecha.

A cambio, Musa cumplió su parte. Controló la sociedad santiagueña a través del miedo, aún en el regreso de la democracia. Sin embargo, llegó un momento en que los Juárez, para salvarse, decidieron soltarle la mano. Dicen que el exjefe de Informaciones se lo recriminó duramente a Nina. Pero los trabajos sucios que le encargaban ella y su marido, incluso los más sanguinarios, eran una cosa y el asesinato de esas dos chicas, el crimen que amenazaba con hacer tambalear el dominio que tenían sobre la provincia, era otra muy diferente para la pareja gobernante.

Musa Azar fue destituido, mientras que el palacio neocolonial de la casa de Gobierno ya no estaba rodeado por mujeres que enarbolaban corazones de cartulina con el nombre de la gobernadora, sino por manifestantes que la sitiaban gritando «Asesinos, asesinos».

A las fieras

Musa Azar participó activamente en la organización de la desaparición del cuerpo de Leyla, a mediados de enero del 2004. La mujer fue descuartizada y arrojada a los animales. Un destino similar tuvo Patricia Villalba, una verdulera que imprudentemente le comentó a José Lludgar, un carnicero, algo que sospechaba o había escuchado sobre Leyla. «No está desaparecida: la mataron«, le habría dicho, sin saber que José estaba involucrado.

Se habló de otros hijos de políticos y empresarios sin que finalmente se probara su participación en la fiesta ni en el crimen. Tampoco se pudo determinar a ciencia cierta dónde murió Leyla, pero sí que su cuerpo fue arrojado a las fieras del zoológico privado que Musa Azar tenía en Arraga, en las afueras de Santiago, donde criaba pumas y otras especies salvajes. Así lo determinaron los estudios del perito Enrique Prueguer, que había actuado en el caso del homicidio del soldado Omar Carrasco. Se pensó que el cuerpo había sido sumergido en ácido o hervido.

Musa Azar, el jefe de la Inteligencia santiagueña, fue condenado por los dos asesinatos. Su hijo fue absuelto. Aún no se sabe quiénes participaron de la fiesta donde murió Leyla.
Musa Azar, el jefe de la Inteligencia santiagueña, fue condenado por los dos asesinatos. Su hijo fue absuelto. Aún no se sabe quiénes participaron de la fiesta donde murió Leyla.

Fue imposible establecer cómo había muerto. «De la necropsia realizada, no surgen elementos de juicio que puedan ponderar la causa médica de la muerte. Esto teniendo en cuenta las condiciones en las que se hallaron los restos óseos y los elementos con los que se contaron», dijo el forense. Encontraron la musculosa naranja con tachas y la pollera negra que había usado la última noche, pero hubo otras evidencias de su identidad. Entre ellas, los proyectiles que tenía en el cráneo, de vieja data.

La adolescencia de Leyla no había sido fácil. Según declaró su padre, cuando tenía 15 años, su madre le disparó y luego se suicidó. Contra todos los pronósticos, la chica se salvó, pero nunca le extrajeron las balas. Eso permitió identificarla.

A Patricia Villalba, la secuestraron en un auto cerca de una parada de colectivo a metros de su trabajo, el 5 de febrero. Tal vez. no haya sido necesario forzarla a entrar, porque a bordo del auto iba algún conocido. Le habían prometido alcanzarla a su casa, pero en cambio el grupo parapolicial -de eso se trataba- la llevó al zoológico de Musa Azar. Detrás de la jaula de las aves exóticas la violaron repetidamente y la sometieron a torturas. Se les murió, con los gritos ahogados por los rugidos de los animales a los que arrojaron sus restos, que fueron a dar, como los de Leyla, al monte, a la Dársena. Estaba maniatada con el mismo cable con la que la habían estrangulado.

Nina y Carlos JUárez, la pareja que dominó la política santiagueña desde 1948.  Foto: TN
Nina y Carlos JUárez, la pareja que dominó la política santiagueña desde 1948. Foto: TN

La venganza del verdugo

Cuando quedó claro que la decisión de Nina Juárez era salvarse despegándose de los femicidios, Musa Azar se dio cuenta de que lo habían dejado solo y se enfureció. Pero fueron sus propios hombres, policías detenidos por el homicidio del ganadero Oscar Seggiaro, los que lo señalaron como autor intelectual de los asesinatos de Leyla y Patricia, «una verdulera y una putita», según sus palabras que sellaron su destino.

Una trama de homicidios relacionados con la política -que comenzaba antes de la dictadura y la atravesaba hasta llegar hasta ese momento- sacudió a la sociedad santiagueña. Había sospechas sobre el ataque al corazón que causó el deceso en 1997 en Paraguay -donde estaba refugiado- del anterior gobernador, César Iturre, que había denunciado persecución por parte de Carlos Juárez. Gerardo Sueldo, obispo crítico declarado del juarismo, murió al año siguiente en un extraño accidente automovilístico.

Desde el gobierno nacional, decidieron darle impulso a la causa. En una conferencia de prensa, después de que la jueza ordenara casi treinta detenciones que incluían a la esposa de Musa Azar y al peón de su zoológico, el exhombre fuerte del poder acusó a los Juárez de haberle ordenado todos y cada uno de los crímenes que había cometido. Incluso el del exgobernador y el obispo. Eso no lo salvó de la cárcel.

Entre rejas, el exjefe de Información santiagueña conservaba su poder y amenazaba periodistas. En una entrevista televisiva, alegó que todo lo que había hecho lo había hecho por miedo a que lo mataran. Y le preguntó a la entrevistadora: «¿O usted no tiene miedo de que la maten?».

Durante la investigación, tres testigos murieron de forma misteriosa. Cuando la causa -que había sido cerrada- se reabrió, un mozo del Viejo Bar se cayó del techo de su casa, un cliente fue encontrado ahogado en la bañera y el dueño fue asesinado en un extraño robo.

Las movilizaciones populares y reclamos en un territorio cuyos pobladores son estereotipados por su mansedumbre generaron la intervención federal de la provincia. El interventor designado por el gobierno central fue Pablo Lanusse, el fiscal que había investigado la mafia del oro.

Se ordenó la destitución y la detención de la gobernadora, que reaccionó con indignación ante lo que consideró un atropello. Finalmente, fue puesta en libertad. Nunca más volvió a la política, y se mudó a la capital, al barrio de Belgrano, donde residió en un amplio departamento de la calle Tres de Febrero.

Antonio Musa Azar fue condenado en 2008 a prisión perpetua por violación y asesinato, lo mismo que tres policías. También fue condenado por delitos de lesa humanidad, como tortura, secuestros y delitos sexuales. Aún tiene causas pendientes. José Lludgar, el carnicero, recibió una condena de veintidós años. Musita y otros diez acusados fueron absueltos por el beneficio de la duda. Aún no se sabe qué herederos de la clase dirigente santiagueña participaron de la fiesta donde murió Leyla.

Musa Azar goza ahora de prisión domiciliaria. En 2018, fue objeto de un escrache en su casa, por parte de activistas de organizaciones de Derechos Humanos. Carlos Juárez murió en el 2010, a los 93 años. Su mujer, Nina, cumplió 90 y aún vive.

Nina, «perversa y cruel»

En la época del crimen, Silvia Borsellino formaba parte de una organización que trabajaba en defensa de los derechos de las mujeres campesinas en una Santiago del Estero sometida por el autoritarismo de Carlos Juárez y de «la Nina», como la llama. «Los atropellos a los derechos eran terribles, la mujer no ocupaba ningún lugar», recuerda.

Paradójicamente, cuando mataron a Leyla y a Patricia, Santiago estaba gobernada por una mujer. «Pero «la Nina» era más perversa y cruel que su marido. Detentaba un poder totalitario al que quería hacer aparecer como magnánimo. Sus seguidoras eran conocidas como las ‘quijotas con faldas’. Si caías en desgracia con ella, la persecución y el hostigamiento eran feroces», evoca Borsellino, médica y docente universitaria.

«Enseguida, los medios dijeron que Leyla, que era trabajadora sexual, había participado supuestamente en una fiesta, que consumía droga, que se habían pasado de rosca. Se hizo de todo para ocultar la verdad y a quienes habían estado involucrados. Hasta hoy, la verdad no está clara en absoluto», señala.

«Se estigmatizó a Leyla y a Patricia de una manera tremenda. Mariana Contreras, después referente de AMMAR, el sindicato de trabajadoras sexuales, fue testigo en la causa, estuvo secuestrada y la golpearon. Ella conocía bien el ambiente y las prácticas, y empezó a reunir información», sostiene.

A la luz de los avances de los últimos años, Silvia reflexiona: «En ese momento, nadie tenía conciencia de que las habían asesinado porque eran mujeres. Nadie lo pensaba, excepto nosotras. Han hecho de todo para culparlas. Sin embargo, la sociedad al principio calló, pero después empezaron a sumarse miles a las marchas en las que al principio éramos pocas«, agrega.

Todavía hoy no se sabe la verdad sobre el doble femicidio. Sobre todo, quiénes participaron realmente. «Era toda gente relacionada con el poder político y económico. Se señaló a muchos, pero no se conoce qué pasó. Culparon a varios para que se salvaran otros. Cuando la cosa se empezó a complicar, de la provincia se fue un montón de gente«, concluye.

 

Fuente: tn
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