Sociedad
Se fueron de luna de miel cuando estalló la pandemia y quedaron varados en Nueva Zelanda: “Acá hay trabajo y podemos vivir cómodos”
Luz Campos y Nahuel Olea planeaban visitar Indonesia, pero se declaró la cuarentena y prefirieron quedarse a vivir en Nueva Zelanda. Con esfuerzo obtuvieron una visa de trabajo y se pudieron comprar un auto. Sueñan con volver a pasar las fiestas del 2021 en Argentina, pero mientras tanto están empleados y ahorran
Cuando Nahuel Olea (35) y Luz Campos (29) sacaron sus tickets aéreos en 2019, el mundo era muy distinto al día en que su avión despegó. Su luna de miel empezaba con un vuelo de Latam con destino a Nueva Zelanda en su camino hacia Bali, el miércoles 11 de marzo de 2020. Sin embargo, ese sería un día histórico para la humanidad: el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunció al planeta que la nueva enfermedad por coronavirus (COVID-19) debía considerarse una pandemia. Y sostuvo que, hasta ese momento, había 118.000 casos registrados, en 114 países y habían muerto 4291 personas. Era solo el principio de lo que vendría.
Mientras eso se daba a conocer en Ginebra, Suiza, y la mayoría de nosotros empezábamos a familiarizarnos con términos desconocidos y situaciones imprevistas, ellos se subieron a su avión y despegaron.
Un año después, la pareja sigue en Nueva Zelanda y esta es su historia.
Casamiento pre pandemia
Nahuel y Luz son de Tigre, provincia de Buenos Aires. Se conocieron siendo adolescentes porque sus familias eran amigas. Se pusieron de novios cuando Luz tenía 19 y Nahuel 25, y no se separaron más. Probaron distintos trabajos: ser empleados de comercio, atender un kiosco de fotocopiadoras, desempeñarse en negocios de iluminación… pero para el 2019 ya hacía seis años que convivían y estaban más seguros de lo que querían hacer. Ella, estudiaba diseño de indumentaria en la UBA y tenía un showroom en su casa; él, era sonidista y trabajaba con eventos y producciones.
El 6 de diciembre de 2019 se casaron por civil y el 13 hicieron una ceremonia con amigos, en una quinta al aire libre, donde celebraron a la Pachamama para rendirle tributo a la madre tierra.
Decidieron que la luna de miel sería larga: se prolongaría durante tres meses. El destino escogido fue Indonesia. Descubrieron que la forma más económica para llegar a Bali era volar a Nueva Zelanda y, una vez allí, sacar los pasajes para Indonesia y, luego, dirigirse a la isla. Navegando por la web encontraron una buena oferta de pasajes para el 11 de marzo de 2020. Los compraron y empezaron a planear al detalle su viaje. Devolvieron la casa que alquilaban y guardaron o prestaron sus cosas a amigos y familiares. Ahorrar era la premisa de esos tiempos.
Lograron reunir 5000 dólares para concretar este sueño.
A partir del 16 de marzo empezaron las cuarentenas; el 18, los confinamientos más estrictos. Tal como estaban las cosas decidieron olvidarse, por el momento, de continuar con su viaje. Todo se había alterado. Ahora la prioridad era encontrar un lugar accesible donde quedarse para que el dinero no se acabara. Creían, entonces, que el aislamiento podía durar un mes.
Lo que más los asustaba era ver que el hospedaje en Nueva Zelanda era cuatro veces más caro que en Indonesia. Un mes en el destino que habían previsto equivalía a una semana en donde estaban.
Los dueños del hostel se apiadaron de ellos y les dijeron que, si lo necesitaban, podían quedarse.
De mieleros a trabajadores por casa y comida
Nahuel y Luz no se quedaron quietos. Buscaron consejos por las redes y los encontraron a montones. Escribieron en la web: ¿Cómo hago para sobrevivir? Y así se contactaron con otros que les había pasado lo mismo. Alguien les comentó que en el país en el que estaban existía un sistema al que llaman “voluntariado” y que consiste en trabajar un par de horas a cambio de hospedaje y comida. Buenísima opción. Consiguieron un voluntariado en un lugar que quedaba a una hora de donde estaban parando.
“Ahí empezó un viaje que nosotros jamás habíamos calculado”, explican. Dejaron de ser unas vacaciones de recién casados para pasar a ser un modo de subsistencia para no quedarse sin recursos.
Llegaron a Karangahake, una especie de reserva natural. En el bed & breakfast (hostal familiar) tenían que hacer camas y ayudar con la limpieza, pero había un problema… por la pandemia ¡no había huéspedes!
Tiempos de incertidumbre
Pasados los primeros tiempos de estrés, comenzaron a preocuparse por sus familiares. La mamá de Luz es diabética y las abuelas de ambos tienen 74 años.
El vuelo que tenían programado de regreso para el 11 de junio ya se había cancelado. La incertidumbre era enorme. El mayor miedo seguía siendo quedarse sin dinero para un techo y comida. Además, los pasajes de repatriación eran carísimos: costaban unos dos mil dólares cada uno. No querían asustar a sus familias, ni pedirles ayuda porque ellos también enfrentaban lo suyo en la Argentina.
Se enteraron de que la Cruz Roja y el gobierno de Nueva Zelanda habían sacado una ayuda para los que tenían visado de visitante y habían quedado varados: les darían comida y alojamiento gratis por tres meses. Consiguieron anotarse. Los mandaron a un hostal y les entregaron tarjetas precargadas para que usaran en los supermercados más importantes. Tenían un respiro. Empezaron a pensar qué les convenía hacer. Veían que en la Argentina la cosa estaba muy complicada. Si volvían, además de tener que pagar esos pasajes carísimos, tenían que hacer cuarentena. Tampoco tenían un lugar para vivir ni podrían abrazar a sus familiares. Mejor sería seguir un poco más ahí, ver qué pasaba y si el asunto mejoraba.
En Tauranga estuvieron hasta el mes de agosto. De allí se fueron a Waiheke, una isla a 40 minutos de Auckland. La idea era estar más cerca de la ciudad y de los aviones que podían devolverlos a su tierra.
El vuelo original seguía temporalmente cancelado, así que decidieron aplicar para sacar la visa de trabajo. Sería la forma de mantenerse. Pero la visa de trabajo era cara, costaba 500 dólares americanos cada una, y necesitaban una tarjeta de crédito para hacerlo. Además, tenían que pagar unos estudios médicos. Reflexionaron y consideraron que, en estas circunstancias, la visa era una inversión que valía la pena. Otra vez, los ayudó la gente. Unos viajeros les prestaron su tarjeta de crédito y ellos les pagaron con efectivo. En septiembre de 2020, se las aprobaron.
El vuelo de Latam original, finalmente, tenía asignada una fecha: 12 de diciembre. Pero no era completo ya que ellos debían pagarse dos tramos de su vuelta: el de Auckland a Sídney y el de Santiago de Chile a Buenos Aires. No tenía demasiado sentido.
Cosechadores de kiwis, cerezas y experiencias
Terminada la cosecha, con ese dinero pudieron comprarse un auto modelo 1997 por 1300 dólares norteamericanos. Viajaron a Queenstown para conocer un poco la ciudad y, aprovechando que ahora podían moverse con libertad, decidieron hacer un voluntariado cerca del mar. Eligieron un camping frente al océano. Un par de horas por día se dedicaban a ordenar las cocinas y a hacer mantenimiento. El resto del día podían disfrutar del mar y la naturaleza.
Terminadas esas “vacaciones”, volvieron al trabajo duro: la recolección de kiwis.
Justo el día que estábamos realizando esta entrevista debían llegar a Matata, una localidad sobre el mar. Pero debido a dos sismos de 8.1 y 7.3 grados de magnitud en la escala Richter (Nahuel asegura que sintió cómo se movía su cama esa noche) y la advertencia de dos tsunamis, la zona a la que se dirigían fue evacuada. Eso los desvió por 24 horas de su destino. Nahuel y Luz ya están cancheros con los imprevistos. Optaron por no acercarse al mar hasta asegurarse de que el peligro había pasado completamente.
Malos momentos
Pasar sus cumpleaños lejos de casa, en el pandémico 2020, los conmovió. Luz cumplió años el 16 de junio y Nahuel el 7 de agosto. También Luz la pasó mal, cuenta, cuando tuvo fiebre y se le complicó con una muela que tuvieron que extraerle.
“Yo sentía que estábamos resolviendo bien las cosas. No pedíamos ayuda a nuestras familias y les decíamos que se quedaran tranquilos, pero extrañábamos un montón. Tuvimos bajones. Quizá, la parte más difícil del viaje fue cuando estuvimos en la casa de Jenny, porque teníamos una incertidumbre total, no sabíamos nada sobre cómo podríamos subsistir. Cuando hacíamos videollamadas, veía a mi abuela y tenía que cortar porque lloraba”, reconoce Luz.
Por suerte, la pareja funcionó. No hubo desencuentros ni peleas. “El momento hace que uno encuentre formas distintas de manejarse. Había que resolver situaciones urgentes, no había espacio para otras cosas. Hay que aprender a manejar esa tensión y a respirar un poco”, coinciden. Era difícil porque ellos venían de vivir solos y, ahora, tenían que convivir con muchos. Esa falta de espacio de charla la padecieron. “De pronto sentíamos la necesidad de airearnos”, asegura Nahuel.
Fuente: Infobae